Friday 16 July 2010

Mini críticas: el producto de la enfermedad

Ya estoy mejor. Ahora hay que confesarlo: las semanas de enfermedad, para aquellos que adoramos el cine, son pura alegría. Yo, particularmente, que disfruto de ver películas que aparezcan de la nada, dejándolas llegar, disfruto mucho. A continuación les traigo las opiniones de todo lo que me encontré en mi dura semana de fiebre, resfrío y tos horrible. Estoy convencido que hay para todos los gustos. Después cuenten si vieron algo, o si algo les genera curiosidad.

Ya había algo en el clima general de “Miller’s Crossing” que me descolocaba. En la ópera prima de los Coen es lo mismo: la sensación de que el tiempo es más antiguo y tradicional (es la palabra que se me ocurre ahora) que el que vemos en pantalla. Las cosas son más fáciles aquí, más concretas. Hay menos personajes, el conflicto es muy claro y la resolución, aunque no es esperable, tomará un tipo de camino que podemos intuir. Pero hay otra cosa más valiosa que tiene que ver con aquello que las dos películas tienen en común y que puede incluso localizarse en “No country for old men”: las miradas se detienen varios segundos más de lo normal, las conversaciones son pausadas y lentas; inconexas. Cuando digo inconexas, me refiero a cierta manía de guión de los Coen de cortar una conversación bien dirigida con alguna anécdota que en principio tiene una lógica de ser mencionada pero luego deriva en nimiedades. Lo interesante es que los personajes siguen la corriente, y le dan algunas vueltas a estas anécdotas que, extrañamente, quedan ante el espectador como frases inteligentes. Frases sin sentido, sí, pero inteligentes en el contexto de la historia. Aquí la historia es la de Ray (John Getz), que tiene un amorío con Abby (Frances McDormand, todo un símbolo sexual en su primer papel), la mujer de Marty, uno de esos tipos semi-mafiosos con los que no hay que meterse; un personaje que Dan Hedaya compone de manera terrorífica. Por supuesto, Marty contrata a un investigador privado para que los mate a ambos. Ahora, lo que más resalta para mí, y puede que pase desapercibido –muchos seguimos intentando explicar el final de “No country for old men”; muchos seguimos tratando de entender varios finales Coen-, es el hecho de que estos personajes –no me refiero todos, sino a aquellos más fundamentales; que en el caso de este film son todos- (re)conocen su destino. Lo saben y se encuentran con él en el mismo momento que cometen las acciones que hasta él los llevarán. Este destino puede ser fatal, alegre o en el más raro de los casos incierto. Pero los personajes siempre lo admiten, y por más que en algunas ocasiones lo intentan, no pueden escapar de él. Y atención que, si lo logran, lo hacen perdiendo mucho a cambio.
---7/10

En New York se sitúa la historia, en New York se juega el partido número 6 de los Mets contra los Boston Red Sox, en New York se estrena la obra de Nicky (Michael Keaton): su última y quizá mejor creación. Es allí en New York donde también habita en un paradero desconocido el crítico Steven Schwimmer (desopilante Downey Jr.). Temido por todos los productores y autores por haber destrozado varias obras, Nicky no registra bien quien es. Su cabeza está en el partido porque es fanático de los Red Sox que nunca han ganado y hoy tienen una vez más la posibilidad. Así, entre esta serie de situaciones y con el partido y el estreno de la obra como límites, el protagonista tiene su día agitado en la gran ciudad. Se cruza con amigos (un Griffin Dunne que parece un pordiosero), su hija, su mujer con la que se está divorciando y, como nunca puede faltar, con su padre. El director Michael Hoffman hace un gran esfuerzo para que simpaticemos con Nicky y su mente bohemia, perdonando sus problemas e incoherencias. Además, Keaton logra una interpretación sumamente relajada, juguetona, considerando que el film se centra en su persona. Si hay un problema es que el final de ese día que el protagonista vive parece, para él, el fin del mundo. Esto genera, desde el guión, la repetición de varias frases que en algún punto cansan. Por otro lado, aunque Hoffman construye un ‘crescendo’ notable en los hechos de la historia y, aunque podamos entender que desde el punto de vista del protagonista se trata de cosas muy fuertes, algunas acciones pierden verosimilitud en el contexto general del film y llegan a aparecer como forzadas, notablemente sobre el final. Pero nos queda una viva y emotiva reflexión, que es la esencia de Nicky, de lo que es el “arte de perder”...de cómo un equipo que estuvo tan cerca tantas veces lo dejó escapar; de lo que eso significa y de cómo lo vive y lo pone en palabras alguien que, después de todo, se gana la vida escribiendo.
---6/10

No encuentro muchas más alternativas con este film de Joseph Ruben: es una muy buena película, y estoy diciendo poco para un producto que, dadas sus credenciales, genera expectativas de algo pobrísimo o de algo extremadamente exagerado. Es un drama cuyo centro es una dura decisión moral que se ve inmersa en una trama suculenta que el guión rodea de amor, amistad, honor e incluso autocrítica. Luego de vacacionar en Malasia por dos semanas, Sheriff (Vince Vaughn) y Tony (David Conrad) se separan de Lew (Joaquin Phoenix), a quien lo encuentran con drogas y lo condenan a muerte, a menos que alguno de los otros dos vuelva a Malasia a asumir parte de la responsabilidad. Para que lo cuelguen falta poco más de una semana, y una abogada llamada Beth (Anne Heche) viaja a New York a convencer a los dos amigos de volver...excepto que ya no son amigos, y quizá no quieran volver. Ruben apuesta a los diálogos intensos en cualquier momento y lugar. El tiempo que queda es poco y los juegos psicológicos toman el control. En un momento, uno de los amigos queda a un lado y el centro del film lo ocupan Heche y Vaughn. Créanme, sus encuentros se constituyen en un golpe tras otro, con varios cambios de opinión, y ambos personajes están tan bien delineados que cuesta elegir un bando. Vulnerables criaturas, imperfectas y desesperadas, interpretan la decisión a tomar como una prueba; una prueba personal que obviamente significa más que pasar tres o seis años en una prisión de Malasia. Este centro del que se apoderan los personajes que son, sin duda, protagonistas, es sin embargo engañoso. Hay buitres, y las decisiones personales no siempre son decisiones finales (por eso creo, igualmente, que el film pone mucho énfasis en el dilema personal; especialmente en el de Sheriff, el personaje de Vaughn): está la insoportable prensa internacional, está el sistema de justicia y otros factores que la película deja ver, en mayor o menor cantidad en cada momento. Además, hay sorpresas, que a mí me tomaron por sorpresa y me conmovieron. Quizá fue la fiebre, pero se me hace que en “Regreso al paraíso” no se dice una frase de más, ni una de menos; que la música es cursi pero no marca el paso de las emociones y toma una posición pasiva; que la producción general, por lo austero y poco solemne de la historia, nos hace dudar del presupuesto que generó el film; que las actuaciones encajan de maravilla y el desenlace –se agradece- es noble y extrañamente ambiguo.
---8/10

Es una película ambiciosa. Comienza con una divertida diferenciación entre lo que es un “fracaso” y lo que es un “fiasco”. Nadie mejor que Cameron Crowe para explicarlo, claro. Las imágenes y la voz en off nos presentan al protagonista, Drew (Orlando Bloom), y su próximamente horrenda situación laboral; ecos de “Jerry Maguire” mediante. Debo admitir, sin embargo, que la introducción del protagonista masculino y su partenaire femenina es verdaderamente adorable. Claire (Kirsten Dunst) es, como Dorothy Boyd (el personaje que Renée Zellwegger interpretaba en aquella gran película del director), incondicional, inseparable. Esto lo podemos ver desde el primer minuto en que se sienta junto a Drew y no lo deja en paz durante gran parte de un vuelo en el que él carga a su difunto padre. Pero ella es tierna, y tiene buenas intenciones. Es fundamental aquí que Drew sea un tipo insensible, alejado; ‘sin amigos’, como le marcan su hermana y su madre (una Judy Greer desaprovechada y una Susan Sarandon con una escena brillante, respectivamente). Una persona así, que conoce a una chica como Claire y que además va a Elizabethtown a reencontrarse con el círculo más íntimo de su padre...bueno, alguna transformación le espera. Crowe despliega un ambiente en el que Drew al comienzo es un sapo de otro pozo que tendrá que ir encontrando su lugar, a través de anécdotas y discusiones con un sinfín de familiares/amigos y una que otra charla filosófica con Claire; respaldado siempre por una impecable banda sonora. Hay que decir, aunque duela, que esta vuelta el director hace las cosas con un leve desgano, que se nota principalmente en la falta de dirección hacia un Orlando Bloom incapaz de definir un camino o un acento, y una Kirsten Dunst que salva el día sin mayores sorpresas en un papel que le trae pocas complicaciones. Después está la picardía que, como director, tiene Crowe al conocer ciertos elementos que en sus films son marca registrada y que sintió la tentación de incluir: hay varias despedidas que no son del todo despedidas pero tienen aire de clímax (silencioso, al menos), hay una suerte de ‘road trip’ no tan convincentemente justificado...no todo funciona, no todo brilla con lucidez y “Elizabethtown” por momentos parece demasiado rosa. ¿Cómo explicarlo? Hay que verla, pero por suerte haciendo un balance se termina clasificando como una experiencia agridulce, digna de Cameron Crowe.
---7/10

Deslizo un par de ideas. La primera: las cosas que hacemos vuelven a nosotros, de extrañas maneras. La segunda: pasamos toda nuestra vida sin conocer realmente a muchas personas con las que convivimos a diario. Las razones de estas ideas son difíciles de encontrar. La segunda, sobre todo, a mí me pone a pensar en lo que yo elijo creer de las personas; en lo que yo creo o decido conocer, basándome en ciertos hechos que las personas me proporcionan o –y esto es lo más extraño- en pensamientos que yo tengo sobre la vida. Construimos a la gente, a veces hasta nos construimos a nosotros mismos, y la esencia queda escondida en algún lado difícil de localizar. La película “El canto del búho”, escrita y dirigida por Jamie Thraves, basada en una novela homónima, tiene como personaje principal a un hombre que dice haberse olvidado del ‘mundo real’. Se llama Robert y dice que se siente en una burbuja. Esto se lo cuenta a Jenny, una chica a la que conoce en circunstancias aterradoras (al menos). El film transita varios estados de ánimo, desde un humor negro que se esconde en algún rincón hasta el más sutil terror que se entremezcla con una especie de juego de gato y ratón, de persecuciones. La selección musical es siempre descolocada, acompañando a la perfección a un protagonista trágico al que a veces el espectador se ve inclinado a apoyar. La mayor parte del tiempo, sin embargo, sospechamos. Sospechamos porque la película tiene el mérito de presentar a todos sus personajes en momentos peculiares pero de la manera más natural. De este modo, cada individuo, protagonista o no, se plantea ante el espectador como alguien digno de sospecha; alguien con extrañas cualidades o con algún secreto. De secretos y dudas, entonces, se constituye “El canto del búho”, con diálogos tan punzantes como cotidianos y triviales. Hay momentos realmente en que cualquier persona común y corriente cuestionaría la verosimilitud del film. Pero es que Thraves ha sido tan cuidadoso de darle un aire novelesco que acompañamos las vueltas de tuerca con placer, disfrutando de la tragedia impredecible, irremediable y –peor aún- finalmente casi inexplicable que es esta historia. Ah, hay actuaciones muy, pero muy sólidas. Sucede que uno se pierde en la historia de veras y esas cosas quedan un poco relegadas.
---8/10

Sé que hay películas en las que las actuaciones irremediablemente tienen que resaltar. “The girl in the park” se construye, en gran parte, sobre una descollante interpretación de Sigourney Weaver. Ella es Julia, una madre que un día en el parque perdió a su pequeña y jamás la encontró. A la gente que le pasa eso, entendemos, le cuesta avanzar. Algunos nunca lo superan. El escritor/director David Auburn sabe que nosotros entendemos, sin embargo se empeña en crear situaciones que nos muestren desde diferentes lugares el trauma que Julia experimenta. Es molesto, porque uno de los personajes principales (una chica que aparece mágicamente en la vida de Julia –gran aporte de Kate Bossworth) le permite a Auburn insistir: con los paralelismos, con los recuerdos, con el drama familiar. Todo lo sabemos, todo lo entendemos y aún así lo vemos en detalle en la película, y se nos hace difícil criticarla porque las situaciones están bien planteadas, bien resueltas, bien filmadas. Si el recordatorio de ese trauma no fuese tan intenso, y los momentos no estuviesen tan construidos para llegar desde algún lado u otro a ese recordatorio, “The girl in the park” sería una mejor película. De a ratitos, como cuando aparece un compañero de trabajo de Julia (Elias Koteas), o como cuando realmente se distiende el clima general y Weaver y Bossworth se relajan para disfrutar de alguna escena que hace desvanecer aquella idea de sufrimiento que sobrevuela el relato (hay colores oscuros, tristes, melancólicos; y son pocos los personajes que logran ahuyentarlos), la película también gana puntos. Pero mientras más la recuerdo, más imágenes tengo de personajes a los que les cuesta respirar porque un guión les encomendó manifestarse con un aire apagado, en una película que necesitaba más encendido que las intermitentes luces de algunos de sus intérpretes.
---6/10

También vi una película brasileña llamada “Meteoro”, y la histórica “Pat Garrett & Billy The Kid”, de Sam Peckinpah; dos películas con mucho misticismo (cada una es mística en su forma personal) y filmadas con mucha alegría, juego, diversión. Pero bueno, no quiero abrumarlos tanto. Creo que con esto alcanza.

Saludos Sospechosos

Wednesday 7 July 2010

Especiales: El valor de una idea

Yo, El Chapa, quien escribe este blog y se encarga de que haya contenidos y discusiones interesantes y todas las demas cosas, estoy enfermo. Hace 3 días en cama, tuve la posibilidad de ver algunas películas al azar que podrían configurar un buen post...ya veremos. Ahora no quiero quedarme más de dos minutos, así los dejo con Joaquín Urdinez, cuyos especiales son tradición en este blog. Le agradezco a Urdinez por salvarme las papas, sin saberlo, y hacerlo además con un especial brillante.

---
Para los que no me tienen presente – intuyo que todos menos el querido autor de este espacio- suelo invitarme de tanto en tanto a aportar algún bocado a esta linda manía que muchos tienen, que es la de opinar de cine o de cuestiones, que sin necesariamente ser cine, ocupan las vecindades del séptimo arte. Menos por falta de ideas que de tiempo, es la razón por la que escasas veces participo en éste espacio, aunque –para serles sinceros- me aconsejaron escribir cada tres o cuatro meses, tiempo suficiente como para que se olviden de lo que escribí, o por lo menos que me perdonen (Dios así lo quiera).

Valoro muchísimo la creatividad de algunos directores, escritores y tantos otros personajes más de la jerga, pero creo que quiénes obtienen mi respeto son aquellos que trabajan para lograr la máxima excelencia a partir de una idea, y que en caso de no tenerla, desaparecen del plano hasta encontrarla. Estos hombres y mujeres no responden a la Industria Cinematográfica sino que se valen de su condición de artistas. Hablo del cine, porque es el tema que le atañe a éste blog preferentemente, pero tranquilamente podría estar hablando de literatura, y por qué no de música, término más familiarizado con el mundo de los negocios que con el de los sentimientos.

La imagen de Damián Szifrón encaja a la perfección con lo que quise expresar unos renglones más arriba. Un director y guionista que apuesta a la excelencia, a la calidad y no a la cantidad, un argentino talentoso que aparece poco, pero cuando lo hace nos agasaja, y notamos su ausencia justamente porque se hace sentir cuando está presente. “Me gusta hacer pocas cosas muy buenas, esa es la filosofía. Yo trabajo con la imaginación, esa es la materia prima” decía en una entrevista el joven director.

He leído varias veces en éste blog – o por lo menos una – comentarios acerca de cuán distantes son los estilos de Campanella y Trapero, y a la vez tan exquisitos. Campanella desde esa argentinidad nostálgica y romántica, que siempre nos roba un suspiro de esperanza. Con su estilo “hollywoodense” tan presente en algunos detalles… (Es que es cierto, siempre tuvo al Oscar entre ceja y ceja).
En el otro rincón, Pablo Trapero, un tipo que no tiene miedo en mostrar la cara más miserable de la Argentina. Un entendedor de las mezquindades nacionales, que sabe combinar los escenarios, los sonidos, las palabras a la perfección, nutrido seguramente en conceptos de una escuela de cine quizá mucho más independentista que la de Campanella.
En un tercer plano encontramos a Szifrón, que al igual que los anteriormente nombrados, también apostó a la acción, al suspenso, aunque bien sabemos que su fuerte es la comedia. Género manoseado por tantos directores argentinos, quienes creen que uno se ríe de cualquier estupidez (sobresalen en éste rubro aquellos que piensan que los remakes de las películas de Olmedo son buenos). El de Damián se trata de un humor acertado, digno de alguien que entiende la picardía porteña. No se trata de grandes bromas, ni de gente diciendo payasadas, no, no. Son los personajes perfectos, diciendo las palabras justas. Lo cito nuevamente, “En cuanto a mi cine, me gusta evitar la solemnidad, y apostar al humor. La comedia es un género muy rico, aunque muchas veces sea desvalorizado”.


A mi pobre entender de cine y series de televisión, creo que Szifrón es un gran director por ser un gran guionista. El sabe qué mostrar y cómo mostrarlo, porque así lo figuró en su cabeza cuando lo escribió. Pienso y creo que son peores las películas con grandes producciones y pobres guiones que viceversa y pienso también que es que gracias a sus guiones muchos actores dieron el “batacazo” trabajando para él.

No quisiera terminar el posteo sin por lo menos hacer una breve reseña de Los Simuladores, un trabajo magnifico, particularmente mi preferido de los de Szifron. Me cuesta y mucho recordar una serie argentina que se acerque a la grandeza de ésta. Supo reunir a los cuatro indicados – me refiero a Seenfeld, D´Elia, Peretti y Fiore- ¿Qué hubiera sido de los Beatles si hubiera habido otro en vez de Ringo, Paul, John o George? Creo que lo mismo que si hubieran cambiado a uno de los cuatro simuladores (sepan disculpar la exageración).

Agradezcámosle a gente como Szifrón, que indirectamente combaten un poco la estupidez con que nos tiene acostumbrado la TV argentina, de la cuál siento más vergüenza que lástima. Lamentablemente sus apariciones son menos frecuentes que sus desapariciones… a mí me gusta creer que durante su ausencia está pensando en algo con que volarnos la cabeza una vez más.

Salute Sospechosos!