Tuesday 25 May 2010

Descarga de Mini-críticas

A veces uno tiene que hacer ciertas cosas. Quiero decir, tomar cartas en un asunto, despejando las incertidumbres porque es lo más justo para todos. Sigo convencido de que quizá no es lo mejor, pero a la vez estoy seguro de que no es lo peor. Sin justificar mucho, así, en líneas generales, uno debería estar seguro de algunas de las cosas que hace. No de todas, pero sí de aquellas que tienen realmente que ver con lo que somos.

Ayer veía un episodio de “Estudio Billboard”, un programa que desarrolla entrevistas íntimas de una hora a artistas latinos importantes. Los invitados eran Residente y Visitante de ‘Calle 13’, y el encuentro me provocó una exasperación impensada. Allí estaban, los dos, fenómenos del momento, creadores de himnos bailable y de protesta, autodefiniéndose como “la voz de un pueblo”. Por supuesto que eso no está mal, y era obvio que no se definían como la única voz; el problema está en que no parecían capaces de justificar del todo esta autodefinición, y esto les imposibilitaba hablar de su música, de su idea de la música y de la intención que la música tenía para ellos.

Callados, poco expresivos, dudosos, contradictorios, le hicieron perder a la entrevistadora Leila Cobos una hora de su tiempo. Incapaces de revelar detalles de su proceso de composición (no porque no quisieran, sino porque no parecía haber una forma clara de llevarlo a cabo), discutiendo silenciosamente acerca de algunas imprecisiones, hablando uno por encima del otro y la mayor parte del tiempo pensando de más respuestas que para cualquier artista conciente de lo que hace deberían ser sencillas, Residente y Visitante entraron y salieron del estudio sin ni siquiera cumplir la tradición del programa que incluye hacer alguna partecita de una canción en vivo.


Yo no tenía ninguna preconcepción acerca de su música o estilo, pero me resultó decepcionante verlos defendiendo lo que hacen –un género, dicen ellos, “urbano”, que tiene que ver con un concepto más que con cualquier otra cosa-, para distanciarse principalmente del “reggaeton”, así como de cualquier otra música bailable que hable de mujeres, piscinas y fiestas. Si no me explico bien yo, es justamente porque nada de lo que ellos decían era concluyente. Fue bastante patética su justificación/explicación de una canción de denuncia llamada “Querido FBI”, sumada a una crítica a la música Pop melódica, hecha específicamente a un cantante (no se dieron nombres) que alguna vez dijo “la música está para olvidarse de los problemas”. Está bien, yo tampoco estoy de acuerdo con eso último, pero no me parece irrelevante andar diciendo “Te amo” por el mundo en las canciones (aunque trato de no decirlo mucho)...también puede marcar una diferencia. Y si no puedo defender una postura, o no conozco sobre ciertas cuestiones (ya sea música que crecí escuchando, influencias que pueda tener o que pueda querer transmitir), me voy a quedar callado.

Está claro que esto quizá no le interesa a nadie, pero como persona que hace música (o “arte”, si todavía esa palabra vale para las canciones) es doloroso ver a un ‘artista’ que no puede acordarse el nombre de una canción que grabó con Mercedes Sosa, así como molesta verlo divagando sobre cuestiones que, uno cree, están en su naturaleza. Uno pierde respeto; deja de reconocer un mérito.


Y es un buen antídoto agarrar una pizca del polo opuesto, escuchando las respuestas honestas, complejas e iluminadoras de alguien como Alejandro Sanz, que un día se puso un traje que nadie pudo igualar. Vestir un traje de compositor no es sólo aparentar y dejar que las canciones hablen, es también hablar por las canciones, discutirlas y detallarlas como se debe, porque toda canción tiene su razón de ser, en todas sus distintas etapas. Vestir ese traje es también haber hecho siempre lo que a uno le dio la gana, con quién a uno se le antojara. Sanz puede jactarse de eso, y no de manera arrogante. Así puede jactarse de muchas otras cosas más, en una hora de entrevista que a Leila Cobos y a él no le alcanzan ni para que nosotros lleguemos a intuir, apenas, el monstruo de la canción que es. Sus respuestas quedan a medio camino, pero no se sienten inconclusas; aún así, quedando a medio camino, abren otros caminos que si queremos podemos intentar recorrer. Su sabiduría, su autoconocimiento sobre su arte, es infinito; y eso es lo mínimo que se le puede pedir a un artista. De lo demás podemos hablar o no, aunque una hora de conversación con el astro pop de la música española (quizá de toda la música latina) no sea suficiente. Es más, Sanz, por ser un mundo de palabras, no llega a cumplir con el compromiso de la canción en vivo, y toca un poquito de bulería. Algo es algo. En estas cosas me refugio cuando el resto no cierra.

Hablando de refugios, no piensen que olvido que este es un refugio de críticas. Pero también, como el fragmento de arriba lo demuestra, de autocríticas y reflexiones, que no le hacen mal a nadie porque pretenden extenderse. Siempre dije que volcar problemas personales en un blog no es de mi interés. Sí lo es, en cambio, transmitir algunos de mis interéses porque creo que pueden ser interesantes para el resto.

Las críticas son la base de este blog, ¿no? Pues bueno, me encontré con películas varias como de costumbre, que trataré de acomodar en una misma descarga, que es una descarga doble por todo lo anterior y porque tengo que decir, tarde o temprano, qué pienso de estos films que me he cruzado. Algunos más nuevos, otros no tanto, algunos muy viejos.

De los más nuevos está la película argentina “Rancho Aparte”, una interesante muestra de ingenio y de puesta en escena, principalmente por el hecho de estar basada en una obra de teatro. Dos películas de esta década que sufren esta misma condición, que evidencian en gran parte su teatralidad y que recuerdo bien porque me gustan mucho son “Closer” (aquí mi crítica) y “The Shape of Things”. La segunda es mejor, en principio, porque la persona que la escribió también la dirigió; y la primera, más allá de una escena clásica de gente caminando por la calle adornada a la perfección con “The Blower’s Daughter” de Damien Rice, no tiene mucho de ‘cinematográfico’. Basada en una obra del gran Julio Chávez, y filmada por Edi Flehner con el mismo elenco que la interpretó en teatro, la película hace uso, de la manera más creativa posible, de los recursos del cine para no sentirse del todo desubicada en la pantalla grande. La historia, que sigue al gaucho Tulio (Leandro Castello) y su sobrina Susana (Mercedes Scapola) en su traslado del campo a la ciudad. Allí reside y los recibirá Clara (Luz Palanzon), la hermana de Tulio que el gaucho recuerda con dolor. Desde el comienzo, hay una voz en off que cuenta una historia, típica de campo, de un casamiento, presentando a algunos personajes que van dando lugar a la aparición de los dos protagonistas. La música seleccionada es la correcta y la puesta maneja toda una simplificación del campo en esta introducción, para hacer fuerte el contraste de la llegada de los personajes a Buenos Aires. Son claras, a mi entender, dos cosas. La primera es que la ‘simplificación’ de las costumbres del campo en general, que sirve para el traslado y para el desarrollo total de la película, estaba en la obra original y es intencional. Seguramente funcionaba mejor en el escenario teatral y, aunque es un contraste que se mantiene durante todo el metraje y puede resultar molesto y/o excesivo, es la cualidad que distingue a la obra (película), dando lugar a todos los conflictos y a los momentos cómicos, algunos de los cuales funcionan muy bien. Por lo tanto, cualquier crítica a cosas como ‘falta de verosimilitud’ o credibilidad con respecto a la vida del guacho y derivados, es inútil y hasta sin fundamento. Atentaría contra la naturaleza de la película (obra). Por otro lado, los paréntesis no son gratuitos, pues no creo que sea la intención de Flehner distanciarse del todo de la puesta teatral. Esto es más que nada un tema de propuesta de la película. Hay quienes deciden pretenderse ‘cinematográficos’ al adaptar una obra, mientras que hay quienes quieren realizar, como experimento, una puesta semi-teatral de un guión cinematográfico. Ejemplos hay. “Rancho aparte” propone un mecanismo que combina ambos registros, haciéndose el registro teatral más evidente a medida que el conflicto en la casa de Clara en Buenos Aires aumenta, y siendo cortado por breves momentos de registro plenamente cinematográficos (un escape por una puerta, una historia supersticiosa que cuentan Tulio y Susana). Esto, que parece muy claro, sumado a unas ajustadísimas actuaciones de un elenco que se luce constantemente (la película depende del diálogo y del timing de los actores), hace de “Rancho aparte” una propuesta buena y, al menos, original en el panorama nacional comercial.
---7/10

Más nueva aún, menos original y no nacional, es una película de TV llamada “Gifted Hands: the Ben Carson Story”. Es de esas películas producidas por compañías importantes, que si bien se estrenan en la televisión, tienen un presupuesto y una ambición mayor que el común denominador de los films televisivos. Uno la alquila en el videoclub y es, bueno, cine. En este caso, la historia que nos ocupa es la de Ben Carson, un chico que, a pesar de que su vida lo hizo difícil, llegó a ser un importantísimo neurocirujano. El director es Thomas Carter, cuyo debut cinematográfico importante fue la inteligente y poderosa “Save the last dance”, seguida por la inteligente y poderosa “Coach Carter” (aquí mi crítica). Una vez más basándose en la presencia y potencia de un actor (afroamericano, hay que agregar), Carter entrega una película tan predecible y de aire triunfal que podría dar vergüenza ajena; una de esas piezas a las que se le puede atribuir la denominación ‘academicista’ o ‘demasiado solemne’. Pero hay algo que siempre lo redime, y no tiene que ver únicamente con la buena elección de sus actores protagónicos y la convicción que transmiten. “Gifted Hands” tiene que ver con alcanzar un sueño, con creer que algo se puede hacer más allá de que todos los demás (o las mismas circunstancias) digan lo contrario. Para esto lo que se necesita es simplemente un verdadero soñador. La actitud de Ben Carson frente a la adversidad es de una entereza envidiable, y la razón se esconde en lo que él es, en la seguridad que tiene como persona de lo que quiere lograr. De este modo, todo el resto de los factores pasa como por acto de magia a un segundo plano. No es cosa fácil, porque la música de Martin Davich es excesivamente melodramática, muchas imágenes están innecesariamente cargadas de sentimentalismo y/o simbolismo y/o sobre explicación, y los personajes que rodean al protagonista no son más que meros estereotipos que están allí para generar en él reacciones, positivas o negativas. Pero en serio, actúan casi como dispositivos de activación de una conducta, con las acciones que nosotros sabemos que podrían llegar a tomar. Pero allí está Cuba Gooding Jr., acaso uno de los mejores actores de su generación, que Hollywood condenó sin arrepentimiento (prometo para el final de la semana traerles una película directo a video que protagoniza; una de esas que viene haciendo hace unos años, dando lo mejor de sí). Inquebrantable Gooding, inquebrantable Ben Carson, que escucha a todas las personas que lo acompañan, y nunca las desmerece ni les falta el respeto, pero aún así, al final del día, parece estar realmente solo. Y no hablo de esas soledades que hacen mal.
---7/10

Yéndonos un poco más atrás en el tiempo, encontramos “V de Vendetta”, una película que desde que leí algún artículo que mi amigo Yaye escribió tiempo atrás, prometí ver. Pero como siempre digo, los films van llegando, y el otro día me encontré con esta trepidante historia dirigida por James McTeigue y no, como creí durante muchos años, por los hermanos Wachowsky. Ellos simplemente la escribieron, y no es poco considerando que McTeigue fue siempre su asistente de dirección. Puede haber sido tranquilamente un trabajo en familia, guiado por la novela gráfica de David Lloyd. Por supuesto que de la novela yo no sé nada, pero hoy, después de haber esperado tanto, puedo expresar lo que sé de la película y lo que me parece. La idea de una Inglaterra en el futuro dominada por un gobierno fascista no es original. Tampoco es original cómo se desempeña este gobierno; quiero decir, cómo lleva a cabo su control, transmitiendo –en iguales dosis- miedo y seguridad a través de los medios masivos para guardarse al pueblo en el bolsillo. Es una idea que, en principio, todos (yo incluído) podemos entender. Lo que sí es original es la figura que pretende alzarse contra ese gobierno, aquella persona que encarna la revolución de una manera casi equiparable a la de un terrorista y que, sin embargo, cuenta con todas las características del más dañado de los héroes. Esta era la cuestión que, no hace mucho, planteaba “The Dark Knight” (aquí mi crítica). ¿Es Batman un héroe o un villano? ¿Alguien que hace el bien o el mal? El flamante Guasón de Ledger lo provocaba: después de todo, ambos son igualmente violentos, por más que los objetivos y propósitos de la violencia en uno sean más desmedidos. V (Hugo Weaving), protagonista absoluto de “V de Vendetta” (un vigilante al que la ‘v’ le encaja perfecto, tanto que hace uso y abuso de ella en su discurso carismático y provocador), será un héroe para algunos y un villano para otros. Está signado en su destino. A la vez, es el destino de Evey (Natalie Portman) terminar a su lado, experimentando así un cambio rotundo en su vida. Creo, por lo tanto, que ver a la película como la historia de una revolución y, si se quiere, de un amor, sabe a poco. Dentro de la idea fácilmente asimilable de la oposición justicia/injusticia de la premisa, se localiza un intento de varias propuestas, algunas más claras y definidas que otras (el funcionamiento de los discursos del poder, la rebelión dentro del mismo, el debate moral de la ley que presta servicio al gobierno –el detective que interpreta Stephen Rea, otro héroe, es un personaje primordial-, la posición y el fundamento del discurso de quien se opone al poder –que, con el guión de los hermanos Wachowsky, no está exenta de humor-, el poder impensado de conceptos como la paz y la violencia, y el siempre inesperado encuentro inoportuno –oportuno, de hecho, si revisamos bien el momento en que V y Evey se conocen- y sus efectos en las diferentes personas), resguardadas siempre bajo la seguridad de la novela gráfica y de una película de acción romántica que visualmente no está ni cerca de saber a poco, siendo además entretenida y genuinamente intrigante. Digo genuinamente porque hay algo muy inteligente en no ser, desde la historia, absolutamente claros con respecto al origen de la mayoría de los planteos. La intriga es constante y genuina no sólo porque en gran parte sentimos que ‘no sabemos’, sino porque otorgarle el protagonismo del relato a un actor no tan conocido como Hugo Weaving (detrás de una máscara, encima) y a otro poco conocido como Rea, y no regodearse en la belleza de una estrella como Natalie Portman (rapándola y dejándola ‘fea’, encima) o en la fuerza de un actor de carácter como John Hurt (restringiéndolo a los límites de una pantalla burlona, encima), ayuda. Esto puede sonar incoherente y con lo que sigue no sé si llego a explicarme, pero créanme, hace poco vi “Operación Valquiria” y que el que dirige la batuta sea Tom Cruise, verdaderamente no ayuda. O sea, es Tom Cruise, ¿se entiende?
---7.5/10

Finalmente, vi hace nada con el amigo Tom Pasqualini una película un poco posterior a la recién mencionada. De 2007, la pieza en cuestión se titula “La luna en botella”, y es el primer largometraje de un hombre sin nombre ni apellido, pero con apodo: Grojo. Esa es la observación más objetiva de un film que, si bien es divertido y hasta placentero, tiene poco de propio. Las imágenes, la estética, los personajes que se encuentran diariamente en el café “Rossignol”, de Pascal (Dominique Pinon), un retirado artista de circo, son la cumbre de la anormalidad. Claro, la película se vale de esto, pues su protagonista es un escritor, Zeta (Edu Soto), que necesita de un lugar como aquel café para nutrirse de ideas. Lo cierto es que quien necesita nutrirse de ideas es Grojo, que toma prestado (sin ni siquiera pretender un homenaje) de Kusturica a músicos que se pasean infinitamente por las calles, y caballos que no tienen hogar definido, además de cierto género musical y canciones que no fluyen con naturalidad (sin mencionar el aire “soñador” en general). Sin embargo, Grojo aclara todo lo que vemos, para que no queden dudas. “En este lugar no hay gente normal”, dice Zeta, como también explica que su nombre es en realidad un pseudónimo pues todos sus cuentos empiezan y terminan con esa letra. La historia, que no es una en particular sino varias, nunca es clara y está empañada por la atractiva pero de a ratos injustificada exhuberancia visual. ¿Qué quiero decir? Si vas a poner muchos personajes ‘peculiares’ de forma coral en un film, dándoles espacios e historias particulares, tratá al menos de concluir alguna de ellas. O por lo menos dale a aquella historia que se percibe como principal, y que tiene que ver (valga la redundancia) con una historia, el espacio que se merece. De otro modo, llegamos al viaje que puede ser una película como vinimos: con las manos vacías. De “La luna en botella” yo no me llevo nada, aunque quisiera que alcanzaran las ‘utopías cósmicas’, el magnetismo de Federico Luppi y la sonrisa de Bárbara Goenaga.
---5/10

Me quedan pendientes las más viejitas, pero las sumo a otra edición de Mini-críticas que reúna películas de años anteriores. Creo que por hoy fue suficiente. ¿No están de acuerdo?

Saludos Sospechosos!

PD: Sé que en las Mini-críticas los tamaños de los posters suelen ser menores. Se me olvidó. Pido disculpas.

Wednesday 12 May 2010

Hablemos de "Carancho", y de descubir realidades


Sé que lo sigo haciendo. Sé que sigo atrasando la entrega de la experiencia del BAFICI. No sé cuan importante es para los que leen este espacio, pero la mayoría de ellos deben saber lo importante que es para mí el Cine Argentino. Créanme, si no hubiese ido al cine ver “Carancho”, la última película de Pablo Trapero, este post llevaría otro título. Pero estuve allí, y salí de la sala fascinado. No sé si es mejor que su anterior película (“Leonera”, aquí mi crítica), no sé si es mejor que el resto del Cine Argentino actual, pero además de ser el estreno más importante del año nos habla de una tendencia particular de este año de mostrar la realidad, haciendo que no parezca casual que sean este film y “Los Labios” (de Santiago Loza e Iván Fund, vista en el último BAFICI) los largometrajes nacionales elegidos para una de las secciones más importantes del festival de Cannes que comenzó. “Los labios” la vi primero, pero de esa hablamos después.

El director fiel

Trapero sigue siendo constante. Su posición, privilegiada, es la de un autor que propone en principio un cine distinto que llega a las grandes salas. Es privilegiado porque sus película tienen apoyo financiero y porque en el cine lo visita más gente que a Lucrecia Martel, pero no deja de ser un autor con temas a tratar y realidades que descubrir. Si todo el cine se dedicara a ‘descubrir realidades’, cambiaría un poco el panorama. Se agradece la exploración intensa y sofisticada de ciertos lugares por parte de Martel; se admira el dominio de los géneros de alguien como Szifrón o alguien como Caetano, capaz de mezclar el cine de género con contextos sorprendentemente reales (e históricos); se hace reverencia al minimalismo viajero de Sorín; y se aprecia la liviandad y el paulatino cambio de género (sin abandonar nunca ese sabor agridulce) de Daniel Burman, aunque muchos crean lo contrario. Pero a Trapero no lo cambia nadie.

Es como si en principio no dependiera de género alguno más que de la realidad descubierta; un hecho que se hace más fácil al pensar en la estructura cinematográfica clásica. Sus comienzos nunca son comienzos: sus personajes ya vienen cargados de realidad y de vida vivida. Sus conflictos nunca son conflictos: aparecen problemas –algunos más convencionales que otros, si la película lo requiere, como el caso de la madre que le quiere quitar a Julia su hijo en “Leonera”- que parten irremediablemente de las experiencias de los personajes. Son muchos problemas, no todos están claros, a veces aparecen todos juntos, no todos se resuelven. Y sus finales...cualquiera que vio alguna de sus películas sabe que no son lo que se entiende como final.

La idea de ‘descubrir realidades’: una dualidad cinematográfica que juega a favor de la ficción y elude el moralismo

Es injusto, por lo tanto, pensar el cine del realizador como si le faltara complejidad. De la complejidad depende su obra, y esta complejidad se evidencia en el tratamiento de la realidad. La investigación, el conocimiento, el dominio de la realidad elegida para “Carancho” es la del sucio negocio detrás del pago de las indemnizaciones por parte de las aseguradoras a las personas que sufren accidentes (el ‘carancho’ del título hace referencia a la persona que consigue los datos de estos accidentes; es decir, consigue víctimas para convertirlas en clientes) y su representación en términos cinematográficos es tan fuerte e irreprochable que a veces sentimos, como en cualquier noticiero (y este comentario no es gratuito, puesto que muchas situaciones del film dependen de variedad de accidentes de tránsito que solemos ver representados –y a veces miramos con horror- en la televisión), que el lugar del hecho está tan cerca de nosotros como parece. Trapero ha demostrado siempre una dualidad que hasta el día de hoy es efectiva: siempre ha hecho ficción, pero siempre lo ha logrado desde un registro que no se asemeja poco al documental y que usa la excusa de la ficción para que el espectador se involucre con la realidad que se cuenta. Ustedes saben cómo dicen: “Si no te la creés, no vale”.

Luego está el hecho de que las virtudes del cine de Trapero, que si bien está siempre cargado de contenido social, no genera en el espectador el sentimiento de que algo se nos impone: “La situación de los accidentes (o las cárceles de mujeres, por hacer una vez más referencia a “Leonera”) es así, está todo mal; hay que hace algo o lo que fuere”. “Los labios”, película mencionada al comienzo, tiene también esta virtud. Hablar de la realidad a través del cine, montando la primera a través del espectáculo que es el segundo, es suficiente. Y debo agregar, porque sino lo de las virtudes no cierra, que no creo que sea tarea difícil, pero sí lo es dejando de lado todo tipo de juicio moral; algo que parece imposible en el contexto de “Carancho” y que Trapero vuelve a manejar muy bien.

Esto se extiende (y depende en parte de), claro está, al mundo de los personajes. Desde el primer minuto se ve a Luján (Martina Gusman) y a Sosa (Ricardo Darín) en situaciones comprometedoras: ella se está inyectando algo, a él lo están moliendo a golpes. Nadie es perfecto, eso ya lo sabíamos. Pero Trapero en sus películas nos devuelve la posibilidad de un cine en el que nadie es mejor que el otro. En “Carancho” más que en cualquier otra, ningún personaje es completamente un héroe, ni tampoco una perfecta víctima. Además, ya no sirve decir que “se hace lo que se puede”. Los personajes, con entidad propia, se comportan según su naturaleza y están libres de presuposiciones que puedan venir antes de la película “Carancho”. Así se construyen las víctimas y los héroes de un cine que ‘descubre realidades’ (hablamos de un guión escrito por Trapero y tres colaboradores), desde la situación y el punto de vista de cada personaje. No hay otra manera porque sino todo pierde sentido. Y a la vez, cobra sentido todo aquello que no logramos saber ni entender.


¿Hay amor? Una historia con códigos nuevos

Por eso la historia de amor, en principio muy esquemática y predecible, se salva. Porque la relación de Sosa y Luján representa una fantasía de escape, un sueño necesario que, sea posible o no, se concreta en lugares de aislamiento, cerrados, donde ambos simplemente pasan el tiempo. Los vemos en una casa, abrazados, en silencio, mirando televisión, la cámara termina aislándolos en medio de un baile en una fiesta de 15, y la ilusión que tiene Sosa de hacer las cosas bien (frase repetida por el personaje hasta el hartazgo y casi lo único que sabemos de él) se encuentra con la necesidad de protección de Luján. Ella se lo dice cuando él la trata con un cariño inusitado: “No estoy acostumbrada”. La realidad de los personajes (mostrada por el film siempre de una manera paralela y tajante, generando un efecto de incertidumbre y de desesperación, para los personajes porque no saben bien cuándo y en qué circunstancias se encontrarán; y para el espectador que quiere que se encuentren), si bien no llega a revelar un pasado siempre oculto, contribuye al entendimiento de la personalidad de los mismos. En un mundo masculino, nocturno y lleno de sangre y abusos, la figura de Sosa es para Luján una brisa de aire fresco. Su bondad (que en mi opinión termina siendo genuina) es algo en lo que necesita confiar y, a medida que va pasando el tiempo es, en definitiva, lo único que importa.

¿Hay amor? El mencionado paso del tiempo ayuda a dar cuenta de un sentimiento que no se extingue. Por ahí lo que se está dando es la extensión de ese deseo de escape, de ese encuentro, pero también hay algo más. Ese algo más, que no se comprende y que no conviene intentar explicar, a mi entender recorre la película y configura la historia de amor más compleja de la filmografía de Trapero. Sería ilógico definir la relación de Sosa y Luján como un amor ‘romántico’, en principio por todo lo que los atraviesa. Sin embargo es la primera relación que Trapero construye desde cero (la relación adolescente de “Familia Rodante”-aquí mi crítica- estaba cargada de hormonas; lo de Jorge Román y Mimi Ardú en “El Bonaerense” no llegaba a constituirse como relación; la pareja de “Nacido y Criado” era una relación ya construida, y de las dos –si se quiere- que se daban en “Leonera”, una no la pudimos ver y otra surge de una necesidad de supervivencia) y es la más cercana a lo puramente romántico. Se escucha “Te quiero”, “Te amo”, en la boca de los protagonistas; los personajes secundarios ponen en evidencia que hay algo fuerte entre ambos; los primeros planos (recurso estético principal de la película, junto a los planos secuencia que están muy cerca de los personajes que suelen terminar en tomas generales, o en otros casos viceversa) los van mostrando absortos en su pensamiento y el espectador intuye lo que piensan, o al menos lo que sienten. Por lo tanto, cualquier queja que pida detalles de esta relación, o que reclame explicaciones para ciertas acciones que se dan dentro de ella, debería revisar la película. No sabemos quiénes son estas personas. Y a la vez sí.

El misterio de la ‘crew’: un eterno intento de comprensión

Lo que sí es claro es un hecho que tiene que ver con el equipo técnico. Aquí una vez más aparecen nombres clave, y los referentes empiezan definirse sin hacerlo. Los que vemos Cine Argentino sabemos que la cámara de Guillermo Nieto es fundamental en lo que es la década del 2000. Así como uno se queda mudo cuando lee “encuadre y dirección” en “Crónica de una fuga” (aquí una mención), también se hace preguntas al ver la categoría “post-producción de fotografía” a cargo de Nieto. Creo que es parte de un mundo interno del comienzo del Nuevo Cine Argentino. Federico Esquerro actuaba en “Sólo por hoy” (aquí una mención) y terminó haciendo el sonido de las películas de Trapero y apareciendo en ellas, a veces con más importancia que otras. Su trabajo con el sonido se debe agradecer, así como la fotografía de Julián Apezteguía, quien supo ponerle un color al pasado en “Crónica de una fuga” y supo capturar la desesperación y la locura de la Ciudad de Buenos Aires en “La sangre brota” (aquí mi crítica), quizá la mejor película argentina estrenada en 2009.


El diálogo con Cine Argentino: mención obligada a Bielinsky, mención ineludible a Campanella y a la fabricación

Es increíble como dialoga todo nuestro cine, pues Fabián Bielinsky también capturaba Buenos Aires en “Nueve Reinas”, con ese Darín pícaro que vuelve a aparecer en “Carancho” luego de varios años ‘campanellescos’. Siempre más perdedor que ganador (aunque aquí un verdadero galán), Darín nos da una criatura que tiene la viveza de aquel Marcos pero no su ligereza. La ligereza era algo que Marcos necesitaba, para su trabajo. Sosa no puede darse ese lujo: su trabajo y, más aún, su vida, dependen de sus movimientos, siempre más calculados que cualquier cosa que uno se toma con calma, y siempre con más sufrimiento que el que las historias del pasado le otorgaban a las criaturas que Campanella le escribía. Eso era una ventaja para el actor. Sosa (como el “Michael Clayton”aquí mi crítica- de George Clooney, un personaje que se define en un largo plano que sólo muestra su cara) no tiene historia. Por otro lado, Martina Gusman se confirma como una tremenda actriz, que la cámara de su marido sigue mostrando como la hermosa mujer que es, y que esta vez es más vulnerable, está ante más tensión y tiene menos herramientas para adaptarse a lo que está viviendo. Al funcionamiento del pabellón una cárcel una mujer se puede acostumbrar, y Julia lo resolvía... ¿Cómo hace Luján para acostumbrarse a un mundo de muertes que además esconde un negocio sucio que ella debe aceptar para poder vivir? ¿Cómo se ponen tantas cosas atrás, a tan corta edad, cómo se hace la vista gorda y se sigue trabajando? El trabajo en conjunto de ambos protagonistas es lo mejor del año. Mis aplausos para el director.

Finalmente, se me hace inevitable comparar en cierta medida la película de Trapero con la última ganadora del Oscar de Campanella. Estas comparaciones deben fundamentarse. No es difícil en este caso, debido a que en principio vengo escuchando y oyendo estas comparaciones, que tienen que ver con que “Carancho” es lo más prestigioso que ha salido del país desde “El secreto de sus ojos” el año pasado: esta última tiene el Oscar, aquella está participando en Cannes; ambas son, en sus propios términos, superproducciones nacionales; ambas intentan acaparar espectadores (a Trapero también le importa la gente) y el hecho de que Ricardo Darín -el actor nacional cinematográfico por excelencia y uno con muchos admiradores- protagonice las dos cintas no puede obviarse fácilmente. La gente, al parecer, espera mucho de “Carancho”, y entonces aparece la comparación.

Esto lo entiendo, y si bien es claro que ambos directores persiguen objetivos diferentes y emplean diferentes estrategias, yo me siento más identificado con el mundo de Trapero, porque es un mundo que realmente parece estar acá, de este lado...es plausible. Mientras que el de Campanella, si bien es real (y muy argentino) también parece como anclado en otro lado, afuera...con una tendencia más Hollywood. La diferencia parece estar en lo que intento describir como ‘descubrir realidades’ y una idea contrapuesta (no del todo) más relacionada a la fabricación.

¿Cómo funciona esto? Ambas ideas lidian con la realidad, pero el 'descubrir realidades' no deja afuera la realidad. Quiero decir, algo fabricado -es obvio y no estúpido ni reprochable el caso del film de Campanella, ya que está basado en una novela- nos hace pensar más que la realidad misma; pero en una película como “Carancho” que descubre una realidad (micro, digámosle, como el negocio de accidentes de tránsito) y que a la vez comprende que toda la realidad es inabarcable, haciéndolo evidente en sus planos, situaciones y diálogos, la complejidad es otra. No sé si es mayor, pero el cine, desde la base, es otro. Y es uno que incluye más riesgo y ambición, porque tiene que procurar no faltar el respeto y tiene que generar un impacto emocional que no sea arbitrario ni contradiga la realidad presentada.


¿Cuál es el resultado? En “El secreto de sus ojos” me divierto, analizo y me quedo emocionadísimo (por muchas razones...leer mi crítica aquí); pero en lo que hace Trapero me pierdo. Me pierdo en la pantalla...es un mundo más posible; no es el mejor de los mundos y si es violento es porque es así, aunque duela. Y digo esto porque los personajes de Trapero sufren más, y en serio...sufren por la vida, por lo que cargan encima y lo que les pasó y les puede pasar. El mundo de los personajes de Campanella –no sólo el mundo físico, sino el mundo emocional-, aunque es fenomenal, no parece existir más allá de sus películas, y esa diferencia es fundamental.

---8.5/10 (¿La vieron Sospechosos?? ¿Qué opinan?)

PD1: Se puede percibir que no la pasé taaan bien en el BAFICI este año. A esta altura ya quedó claro. El análisis, sin embargo, llegará.

PD2: La crítica fue dedicada especialmente a Agus Castelli, Nico Ledezma y Tomi Raimondo, que la vieron conmigo en el cine.

Tuesday 4 May 2010

Previa del análisis del BAFICI: La cinta blanca

El otro día hablábamos en Taller Audiovisual, del hecho de que a veces es mejor no dar explicaciones. Resultaba inconcebible que una materia que estudia el lenguaje audiovisual, con la ficción cinematográfica como excusa, no hiciese lugar para esa incertidumbre tan típica de cualquier forma de arte. Pero es entendible que si uno quiere dominar un lenguaje pueda ser capaz de justificar lo que hace desde el lenguaje mismo. Este jueves hacemos una "puesta en escena"; nuestras decisiones actorales, escenográficas, de iluminación y de vestuario, deberán estar fundamentadas, en principio dramáticamente. Después el resto siempre se puede ver, aunque la discusión (a la que se hará referencia en la crítica a continuación) no esté cerrada.

Una de las ideas detrás de este escrito de una de las películas de las que más se ha hablado a nivel mundial últimamente (y que se presentó aquí en el último BAFICI) es, quizá, el hecho de que su director es uno de los pocos que basa su cine en las interrogaciones y en no dar explicaciones, y sin embargo, parece capaz de justificar las decisiones -de todo tipo- que llevan a esta falta de explicaciones dentro de la misma película que no las da. Es decir, una película en la que no hay respuestas pero, de alguna extraña manera, tampoco aparecen dudas. Pero cuidado, que el planteo es tan claro y está tan bien desarrollado que se cruzan mil cosas por nuestra cabeza una vez concluído el espectáculo. Algo de buen cine hay ahí: cine con propósito, con ambición y sentido. Cine que va más allá del cine, o no sé; cine que cierra aún cuando nos damos cuenta que no cierra para nada. Es posible esto?

La crítica de "La cinta blanca" (dedicada, una vez más, al compañero, amigo y acompañante cinematográfico -que no va al BAFICI- Agus Castelli), a continuación.

"La cinta blanca"

Michael Haneke sigue haciendo las mismas preguntas. El contexto, las personas involucrada en las historias que cuenta, no importan; o al menos no tanto como lo que yace detrás de ellas. Podemos fácilmente descubrir esto si tratamos de leer el guión de "La cinta blanca", una historia original de Haneke que es relatada, desde el comienzo, por la voz en off de un profesor. Eventualmente nos damos cuenta de que este profesor es parte de la historia, pero ni siquiera la recuerda bien. Podríamos imaginar cualquier otro tipo de detalles si las imágenes no fueran las que vemos en la pantalla y nos quedáramos sólo con el relato narrado.

Hay una pequeña aldea, aparentemente normal y funcional, en la que de repente empiezan a ocurrir accidentes extraños. Eso es todo lo que necesitamos saber de la trama de la última aventura de Haneke: una aventura para él, filmarla; una aventura para el espectador, experimentarla. Una aventura muy particular que no tiene ningún elemento que podríamos identificar con la palabra 'aventura' en cine. Pero siempre es lindo recordar que el cine mismo es una aventura, y que eso está antes que cualquier definición de género.

Con absolutamente nada de música y con una hermosa, clásica fotografía en blanco y negro (gracias Christian Berger, por proveer un trabajo que no necesitamos detallar en palabras porque simplemente está allí), Haneke despliega su estrategia cinematográfica. La estrategia tiene que ver, naturalmente, con las preguntas que hará. Lo que es importante es que es cinematográfica. Espectadores, críticos, la gente en general ha estado discutiendo siempre lo mismo: cómo los realizadores dejan al público en estado de incertidumbre, sin poder entender algunas cosas cuando un film ha terminado. Por qué este personaje hizo eso? Por qué ese personaje dijo lo otro? Por qué este otro dejó esa cosa en ese lugar?

Hay directores que siempre han ofrecido más preguntas que respuestas, aportando una manera de filmar y un retrato de personajes que justificaban el 'no saber'. Pienso en el Richard Kelly de "Donnie Darko", o gran parte de David Lynch. Estos autores no solo hablan de muchas cosas, también intentan distorsionar la vida; la naturaleza de las cosas como las conocemos. Me refiero a que estos son los tipos a los que no les deberíamos preguntar "por qué pusiste la rosa roja en ese cajón?" o ese tipo de preguntas que probablemente no puedan responder. La eterna discusión esbozada arriba también tiene que ver con el hecho de que no podemos pretender que un director controle cada decisión y aspecto visual de un film.

Sin embargo, y aunque puede que esto no sea cierto, Haneke siempre parece estar en control. Esto se relaciona con que el mundo que retrata jamás puede hacer que el espectador ponga en duda aquello que conocemos como verosimilitud. La aldea de "La cinta blanca" es un lugar posible porque su modo básico de funcionamiento y la gente que lo hace funcionar son las cosas que hacen funcionar a cualquier aldea pequeña, con un sistema que aún se ve en muchas partes del mundo hoy en día, más allá del desarrollo técnico/tecnológico. Hay un Barón (un terrateniente) y su mujer, un Pastor y su mujer y familia, un Doctor y su familia, hay un Administrador, hay un colegio y un Profesor. Sí, como dije y como ocurre con cualquier historia, pasan cosas. Pero dejo el desarrollo para el disfrute del espectador.

Déjenme decir simplemente que admiro "La cinta blanca" por varias razones, que tienen que ver con lo mismo. Si meditamos por un segundo, Haneke nos está hablando sobre los sentimientos y las cosas más básicas en la vida, aquellas que vienen del núcleo de las relaciones humanas y que los niños pueden entender y explicar en una temprana etapa de sus vidas (no es casual que muchos de los personajes -algunos muy importantes- del film sean niños). Pero hace esto con tanto rigor y dominio del lenguaje cinematográfico que todo adquiere una nueva dimensión.

Uno nunca podrá cuestionar que "La cinta blanca" pertenece a un alto nivel de películas que tendemos a relacionar con el arte, o lo que fuera...está diseñada de ese modo. Y dentro de ese diseño, entre los misterios que flotan alrededor de cada plano perfectamente compuesto, entendemos. El final llega y la comprensión llega junto a éste como una aparición enorme; engrandecida por la experiencia de la (una) película. Michael Haneke (a quien considero, como podrán percibir, un realizador muy generoso) sigue haciendo las mismas preguntas, sin ofrecer respuestas acerca de un (nuestro) mundo que a veces encuentra sus representaciones más complejas enredadas con lo que es más simle y puro.

Puede que las preguntas esta vuelta suenen un poco más como afirmaciones. No declaraciones definitivas, pero sí advertencias. Y yo creo (o me estaría contradiciendo, y a mi reseña) que estas advertencias también se encuentran en el nivel de las cosas básicas, y son pocas. Sí, claro que teníamos nuestras sospechas, pero percatarnos de ello de este modo lo hace resonante, poderoso...completamente insoportable.

---8? 9? 10? Qué dice Agus? Qué dicen Sospechosos?