"El misterio de la felicidad"
Burman sabe que
cada plano cuenta, hace las preguntas correctas (sin ofrecer todas las
respuestas –siempre una virtud-, lo que le da más crédito al título del film) y
si coproduce con Brasil no será en vano viajar a filmar a ese país. Esto último
–lo de la (mala) inclusión de la coproducción en el guión- se podía percibir
cuando León volaba en paracaídas por Rio de Janeiro, en la mencionada película
de Carnevale. Los ralentis son en este aspecto una clave de doble lectura: la
primera vez que los vemos tienen un efecto cómico y sobre el final, al ver el
mismo recurso utilizado de otra manera, eso cambia de óptica. Basta repensar
los primeros ralentis para ver que ya no dan tanta risa, sino que generan una
situación más cercana a la reflexión.
No hay que dar
excusas tampoco. “El misterio de la felicidad” es cine industrial con
contenido. Hay una trama previsible y lineal (la de dos amigos/socios que
comparten una vida juntos, hasta que uno desaparece –un hilarante Fabián
Arenillas- y su mujer –Inés Estevez- se une con el otro –Guillermo Francella-
para encontrarlo) que teje de fondo algunos de los dilemas que nos aquejan
cuando llegamos a cierta edad pero quizá no tenemos el tiempo para explorarlos.
Ese tiempo que generalmente no está, la película lo habilita a partir de un
acontecimiento (la desaparición) y lo convierte en posibilidad múltiple: la de
conocerse, preguntarse dónde se está y hacia dónde se va. No son pocas las
cuestiones que sugiere el film, como que uno no es más especial que el otro; y
que todos somos lo que sabemos que somos –eso nunca es una certeza definitiva,
claro está- y lo que el otro cree que
somos. Y con ambas cosas hay que convivir.
Más allá de tener
un director que sabe lo que hace, hay dos elementos sobresalientes en “El
misterio de la felicidad”. El primero es la música de Nico Cota. Diversos y
acertados colores para cada momento de la trama; la elección de voces graves,
zumbantes y melodiosas como paleta principal; y la fina selección –más atribuible
a Burman- de dos canciones como banda sonora en una escena clave de la
película.
Por otro lado está
Francella. Una superestrella en Argentina, Guillermo no es Darín, pero está en
un mismo nivel competitivo en términos de boletos vendidos. A lo otro, el
dominio que Ricardo tiene de su oficio -y que el comediante comenzó a
vislumbrar en “El secreto de sus ojos”-, está llegando. ¿Qué está haciendo lo
mismo hace un par de películas? Puede ser, ¿pero no es exactamente lo que
tantas veces se dice de Darín? Y yo los defiendo, a ambos, y a tantos otros.
Hay que saber hacer siempre lo mismo y sostenerlo con soltura; eso hace a una
superestrella.
---8.5/10
"Lego, La Gran Aventura"
Algunas
cuestiones sobre las cuáles no tengo certeza: ¿por qué una película de Lego®,
así, con marca registrada y todo)? No sé cuál es la popularidad de las piezas
de construcción hoy en día pero entiendo que lo que significaban para mí y lo
que deberían seguir significando es lo que esta película intenta transmitir.
Algunas certezas importantes por otro lado: el nivel de lectura es distinto
aquí al de “Toy Story”. Estos juguetes no son conscientes de la existencia del
mundo real y son producto de la creatividad y voluntades de quien juegue con
ellos. Y son realmente pequeños, pero eso no elimina el hecho fundamental que
se desprende de la mente de un niño que tiene estos Legos® en frente: todo es
posible.
Y los niños
también registran su realidad, creen en los sueños y en las historias
increíbles, como la aventura sin igual que cuenta el film. Se podrá decir que
todo el despliegue creativo y visual de la hora y media de esta película se
encuentra en la secuencia inicial de “Toy Story 3”, pero se debe tener en
cuenta una diferencia. El plus intelectual y de raciocinio, que Pixar hace años
le sumó al cine de animación con el objetivo de deleitar a grandes y chicos,
marcó un estándar difícil de menospreciar. De ahí para abajo, imposible. Y no
digo que ese extra no esté aquí, pero el desafío para los creadores de “Lego”
pudo haber sido el de ponerse en la cabeza de un chico y desde ahí darle vida a
lo que ocurre en pantalla. Por favor, no comparemos esto con “Toy Story”; o
dicho de otra forma, no le pidan al film cosas que no vino precisamente a
ofrecer.
Para divertimento
de los adultos, en principio hay una introducción del mundo del protagonista,
post-prólogo básico y ridículo -con una muy buena profecía en forma de rima-,
que tiene cierta vuelta de tuerca. Una suerte de lavado de cerebro como el que
presentaba Mike Judge en “Idiocracy”, pero más leve. Además, la consigna del
“todo es posible” juega a favor y hay lugar para la aparición de los guiños y
referencias –cinematográficas y culturales- que se sintetizan en el
protagonismo de un Batman hilarante que grandes y chicos disfrutarán por igual.
Estéticamente, la recreación del mundo Lego® es un hallazgo. Todo aparece como
si en el momento lo fuéramos haciendo con nuestras propias manos, sólo que a
una velocidad máxima.
---8.5/10
"Un cuento de invierno"
Se puede hacer
una película cursi bien; es decir, romántica en serio, con convicción. Si eso
es lo que se busca, claro. ¿Ejemplos? Yendo en retrospectiva se me ocurren en
principio “If Only”, “Hope Floats” y “The Secret Garden”; “Slumdog
Millionaire”, si sirve más una pieza exitosa y multipremiada; y por supuesto
cualquier cosa basada en una novela de Nicholas Sparks. Sin embargo a veces sucede
que la autoconciencia juega en contra tanto para los que miramos cine como para
los que realizan un film. En una escena de “Un cuenta de invierno” aparece Will
Smith haciendo de Lucifer y lo que allí se ve hace que todo lo que la película
venía contando (una historia de amor y milagros, del bien como luz
–literalmente, la novela en que está basada tiene una fijación con el poder de
la luz- eterna) con los elementos correspondientes, se vea puesto un tanto en
duda. Se produce allí un ruido, no porque haya que situarse por completo en uno
de los dos lados (en esta ocasión, la ridiculización o el drama real), sino
porque molesta y nos pone a pensar en cosas que nos sacan de un relato que se
supone nos debe sumergir en la pantalla. Al menos so es lo que propone Goldsman
con la música, una empalagosidad de Hans Zimmer y Rupert Gregson-Williams que
está siempre en primer plano; o la cinematografía de Caleb Deschanel, una
imagen con retoques varios que realzan el componente fantástico de la trama y
de una candidez deudora de cualquier romance. Sobre esto último, debe decirse
que aunque los diálogos contienen una sarta importante de pavadas y no todo el
argumento se comprende (se puede percibir que se trata de una novela de
suficiente complejidad para ser llevada al cine: fuerzas varias del bien y del
mal, diferentes temporalidades, ideologías diversas), el film encara este
aspecto con madurez. Se trata de un romance adulto que, más allá de la
incredulidad que pueda generar la propuesta, está interpretada con seguridad
por Farrell y Brown Findlay. La joven actriz, más que parecer “la chica que
está muriendo” (tipo de personaje logrado generalmente con maquillaje de más y
menos de actuación), habita el papel y le da vida, con su voz y su mirada. De
vuelta del otro lado, no fue hace tanto que Crowe le puso el cuerpo a un film
que sí se creía la Leyenda (con mayúsculas, si se quiere), más allá del grado
de solemnidad. Las lecciones de este film no son indispensables pero yo, que
creo en el destino, me vi desconcertado ante su actuación en un estado de ánimo
distinto que me impedía creerme el cuentito de invierno que en algunas escenas
la película parece querer construir. Y no, no es el único problema. “Un cuento
de invierno” es una película que sufre la adaptación, que no está fluidamente
narrada y tiene giros dramáticos bruscos…pero no podemos hacer la vista gorda
cuando se involucran superestrellas de este calibre; menos si se trata de Will
Smith interpretando al mismísimo Diablo.
---6/10
1 comment:
Qué peliculón el de LEGO, no se puede creeeer.
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